domingo, 11 de septiembre de 2011


Resistencia civil: el único modo eficaz de combatir a los "mercenarios" de la pasión

Se produjo la otra noche en la cancha de Independiente un hecho histórico en el fútbol argentino. La gente común, los hinchas de verdad le dijeron basta a los delincuentes. Ojalá sea el primera paso para que la lacra que hace y deshace a su anotojo en nuestras canchas, desaparezca para siempre. La resistencia pacífica del público que ama a sus colores parece ser el camino. Ojalá la dirigencia tome nota y aproveche esta oportunidad

Se produjo un hecho histórico en el fútbol argentino. Uno de esos episodios aislados y casi fortuitos que podrían enderezar el destino para siempre si la dirigencia política y la deportiva supiera (o quisiera) capitalizarlo. Más de 30 años despúes del comienzo de una etapa a la que podríamos llamar la “Dictadura de las Barras”, un grupo de hinchas comunes, finalmente, en vez de sacarse fotos con los jefes y pedirles autógrafos, se les plantó. Los otros dos antecedentes que vienen rápido a la cabeza le pertenecen a Boca y a River. Promediaba la década del ‘80 y Jorge Rinaldi jugaba para el conjunto de la Ribera. La barra liderada por José Barrita (alias El Abuelo) “apretaba” constantemente al plantel, a pesar de la batalla que le presentaba la comisión encabezada por el gran Antonio Alegre, quien se terminó rindiendo.

La “Chancha”, en un gesto de enorme coraje mientras sus compañeros “colaboraban”, se negó a darles dinero para que los haraganes siguieran viviendo de “arriba”. A partir de ese momento, no hubo partido en el que no lo insultaran. Pero como el centrodelantero la rompía, cada vez que la barra empezaba a hostigarlo, la platea coreaba: “Rinaldi, corazón”. En aquel tiempo, los dirigentes no les abrían las puertas de los accesos internos para ir a golpear a otros como sí hizo la dirigencia que encabezaba Macri en los incidentes ante Chacarita o como Comparada y compañía, que les permitieron dar vuelta toda la cancha a los fascinerosos uniformados con camperas blancas oficiales del club (¿cómo las consiguieron?), para apretar a los verdaderos hinchas, munidos de facas. El otro antecedente de “rebelión” fueron los insultos de los hinchas de River a la barra, cuando una pelea intestina (por dinero, obviamente) casi produce la suspensión de River-Arsenal en cancha de Vélez.

Cabe hacer un poco de historia para los más jóvenes. Esto no fue siempre así. Hasta aproximadamente 1950, los hinchas de los distintos clubes convivían en las tribunas, sin cordones ni pulmones, ni nada. Ya entrados los 60, comenzaron las primeras peleas, pero eran a puño limpio. Sin muertos. Y se trataba de “hinchas caracterizados” que en el mejor de los casos conseguían viajar y entrar a la cancha gratis. Dos anécdotas para ilustrar esto que decimos. El notable Boca de Alfredo Di Stéfano salió campeón del Nacional 69 en cancha de River y la parcialidad “millonaria” aplaudió al conjunto “xeneize” mientras daba la vuelta olímpica. Otra; a la vuelta de una de las cuatro Libertadores ganadas en los ’70, Independiente jugaba el clásico con Racing en el Cilindro, los jugadores de la “Academia” le hicieron el puente de los campeones y el público local les regaló una ovación. Lamentablemente, el paso del tiempo propició una asociación ilícita entre dirigentes (deportivos, políticos y gremiales) y violentos. Los dirigentes pagan para ser custiodados, no recibir insultos y aprobar balances imposibles amenazando opositores o socios con sentido común, y a cambio les dan el control de los estacionamientos, los puestos de comida, les regalan entradas para ser revendidas, el manejo de los micros y en casos extremos hasta porcentajes en los pases de los jugadores.

Así destrozaron a Newell´s y mandaron a River y Central a la B. Encima, también trabajan para partidos políticos y gremios, y por eso muchos de ellos figuran como empleados municipales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o de distintos municipios del Conurbano Bonaerense.

Dicho esto, volvamos al episodio del miércoles a la noche en Avellaneda. Todo el coraje, la precisión y el rigor que le faltó para dirigir al equipo, le sobró a Antonio Mohamed para poner los puntos sobre las íes. Apenas renunciado, el “Turco” tuvo el tesón para decir lo que era un secreto a voces en Independiente. La barra hace lo que quiere en el club. Sólo vamos a disentir en algo con el entrenador: él lo presentó a Comparada como una víctima y no es cierto. ¿Pruebas? 1) Desde que asumió tuvo una “guardia pretoriana” de matones que diseminados en la platea, le impedían a la gente cantar contra él o acercarse a su palco. 2) El último balance se aprobó con la barra adentro del recinto, apretando socios que cuestionaban. 3) A la gira que terminó con la humillante derrota en la Suruga Bank, viajaron 38 barras. 4) Jamás fue insultado desde la cabecera norte. Lugar desde el que siempre se la agarraron con los técnicos y los jugadores. ¿Qué les dio a cambio de tanto cariño?

Ahora, Julio Comparada –el procesado Julio Comparada por estafar al PAMI- “pide la escupidera”. Abrumado por la situación, exige que lo atiendan los organismos de seguridad y le solicita a Grondona (amigo y compañero de negocios de su padre) que se ponga en marcha la entrada personalizada para evitar que entren los delincuentes. Ojalá sea su modo de admitir el error y no un “volantazo” ante la inminencia de las elecciones. Mientras tanto, el público, la gente, el pueblo, los socios. En fin, los hinchas de verdad, dieron el ejemplo en Independiente. Y además del ejemplo, marcaron la cancha, demostrando cómo se combate a estos mercenarios a todos los demás simpatizantes de buena fe que pretenden oponerse a los delincuentes, porque saben que las barras con poder terminan por hundir a los clubes (River y Central son dos ejemplos contundentes) tanto en lo deportivo como en lo institucional. Técnicamente se llama resitencia civil. Sí los hinchas comunes repudian a los mercenarios y los dirigentes que están con las barras pierden sistemáticamente las elecciones, esto se termina.

La solución, mientras la Policía, la Justicia (el fallo contra los barras de River es un ejemplo a seguir) y la dirigencia política no actúen de lleno, es que el hincha común les haga el “vacío” a los mercenarios del aliento. Porque al final, son eso: mercenarios. No saben de fútbol, no les interesa, casi nunca miran el partido, no conocen a los jugadores ni la historia ni nada. Ni les importa. Van a “laburar”, como un cajero a un banco. Ni se alegran con las victorias ni se entristecen con las derrotas. Es más, muchos ni siquiera son hinchas de los clubes que dicen defender. Son sólo delincuentes que encontraron un modo de vivir sin trabajar y de cometer delitos sin ir presos. Son una jauría de perros malos que esperan la orden de su amo para atacar sujetos indefensos. Un grupo de imbéciles, incapaces de articular dos frases seguidas en un castellano comprensible, pero capaces de matar sin motivo. Por eso no soportaron que los dejaran solos. Por eso no toleraron que los chiflaran, insultaran y les dijeran la verdad: “Ahí están los que le pegan a los hinchas de verdad”. “El club es de los socios”. “Qué vergüenza: cobran por alentar”. Una tras otra, los hinchas pacíficos, los que pagan la entrada y aman a sus colores, les cantaron cuarenta verdades. Esas que sabemos todos y todos callamos en la cancha. ¿Qué hicieron? Cruzaron la cancha e ingresaron con cuchillos a amenazar gente en una tribuna plagada de hombres pacíficos, mujeres y chicos. Guapísimos.

Claro que ahora, un par de resultados deportivos, la llegada de Ramón Díaz u otro entrenador, la falta de opciones o el manejo del aparato pueden darle el triunfo a Comparada en las elecciones de diciembre y la movida armada por los socios en el partido contra San Martín de Juan puede quedar en la nada. Sería una pena, pero es lo más probable. En definitiva, nadie en su sano juicio quiere jugarse el pellejo contra unos tipos dispuestos a todo, menos a trabajar. Desde aquí nuestro sentido homenaje para ese puñado de hombres de bien que se atrevieron a hacer lo que muchos debiéramos haber hecho hace tiempo. Y más allá de las responsabilidades de las autoridades ya mencionadas, todos como sociedad futbolera debemos hacernos cargo. Algún error debemos haber cometido para que estos idiotas útiles se hayan robado la fiesta del fútbol, para que nos impidan ir en paz a la cancha, para que vivamos asustados de levantar la voz. La pregunta es: ¿estos vagos no se dan cuenta que si destruyen a los clubes se quedan sin negocio? Deben aprender de la naturaleza, en la que los parásitos nunca llegan a lastimar fatalmente a su víctima porque deben seguir viviendo de él.

Para los que llegaron hasta aquí (perdón por la insólita e inútil extensión de este texto), un obsequio. El viejo y conocido cuento del alacrán y la rana.

Víctima de una tormenta que llevaba días, un agotado alacrán trataba de hacer equilibrio en un pequeño tronco que, ya desmembrado, estaba a punto de hundirse en el caudoloso río. Consciente de su final y casi resignado, el alacrán ve pasar a una rana. – Ranita, ya no tengo fuerzas para resistir y no sé nadar, necesito que me cruces a la otra orilla. La rana, sin titubear, le contesta: - No, eres un alacrán, vas a picarme en el medio del viaje y moriré. Contra las cuerdas, el inteligente bicho esgrime un argumento irrefutable. – Nunca te haría eso, soy un alacrán y no sé nadar. Sí te pico, moriremos los dos. La rana pensó un segundo, le pareció lógico y además, la desesperada mirada del alacrán le generó compasión. – Está bien, subí a mi lomo, no voy a dejarte morir aquí. A metros de la orilla, la rana sintió un dolor agudo en su lomo y comenzó a perder coordinación y fuerzas. Aún confundida por el veneno, tuvo la lucidez necesaria para darse cuenta de lo que pasaba. – Alacrán, me has picado. ¡Cómo pudiste, ahora moriremos los dos! Mientras se hundían, el asesino alcanzó a contestar: - Perdóname ranita, no lo pude evitar, soy un alacrán.

Eso son los barra: bichos venenosos que sólo saben hacer daño. Que Dios los perdone… Pero que antes de ahogarse, nos devuelvan el fútbol.

Fuente : Playfutbol

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